Carta a un profesor joven

Ya habrás notado que últimamente estamos de moda. Se habla de nosotros a todas horas, pero no por los excelentes resultados de nuestros alumnos ni porque las autoridades educativas hayan decidido que los institutos vuelvan
a ser lugares de estudio y de trabajo, no. Desgraciadamente, los resultados de nuestros alumnos son más bien mediocres, y a nuestras autoridades les preocupan más la educación afectivo-sexual, el multiculturalismo y el
pacifismo -por citar algunas de sus obsesiones habituales- que la física o la literatura.

Por qué estamos de moda, ya lo sabes. Una sociedad que ha consentido y alentado el desgobierno en las aulas ha descubierto ahora que hay alumnos que maltratan a los profesores, y con la misma mezcla de hipocresía e histeria con la que antes impulsó el tópico del profesor-verdugo impulsa ahora el tópico del profesor-víctima. De pronto hemos cambiado de malo en
esta película de la educación, que sigue sin interesarle a nadie. Parece una de aquellas películas de Kung-Fu: el público bosteza cuando nos ponemos serios y sólo mira cuando hay tortas.

Afortunadamente, tú trabajas en Disneylandia. Te lo digo en serio. Cantabria es en general la autonomía de la ‘Señorita Pepis’, y no iba a dejar de serlo en esto de la educación: aquí la violencia es menor, los conflictos de menos
intensidad y los problemas se disuelven en una amable indiferencia tediosa que a mí, por cierto, no me disgusta. Ojalá sigamos así.

Y expreso ese deseo porque ha sido así hasta ahora, pero eso no quiere decir que siga siendo así en el futuro. Que no lo sea depende de nosotros. De ti y de mí, quiero decir. Por eso me he permitido escribir estas líneas, estos
consejos de compañero a compañero, sin querer dármelas de experto.

Para empezar, no consientas ninguna falta de respeto. No esperes al insulto, no tienes por qué tener tanta paciencia: las malas contestaciones, las malas caras y los gestos desabridos están fuera de lugar desde el primer día.
Házselo saber así a tus alumnos, y si no lo entienden haz que se lo explique algún miembro del equipo directivo. Los compañeros del equipo directivo están para recordarte a ti tus deberes -ser puntual, claro en tus
explicaciones, objetivo en tus correcciones, etc.- y a los alumnos los suyos. Cumple tú en primer lugar, por supuesto, pero no hagas el primo: no seas tú el único que cumple.

No consientas que te marginen. Estás dentro de un sistema en el que todo tiende a culpabilizarte, aislarte y marginarte. Directa o indirectamente te dirán que en el fondo la culpa de que los alumnos se porten mal es tuya,
porque no has sido lo bastante lúdico ni lo bastante participativo ni lo bastante comunicativo como para motivarlos. A veces fingirán que te dan la razón mientras te sugieren que deberías cambiar de estrategia educativa, ser más cordial, pactar las normas de comportamiento, etc. Pero recuerda que tú
eres un profesor, no un animador cultural ni un monitor de tiempo libre.
¿Has preparado tus explicaciones como es debido? ¿Has atendido las dudas de los que sí estudian? ¿Has mandado hacer ejercicios que refuercen tus explicaciones? ¿La materia que has impartido está dentro del programa del
curso? Si has respondido afirmativamente a las preguntas anteriores no tienes por qué parecer culpable: no lo eres.

No consientas que te enreden. La jerga pedagógica se basa, como todas las
seudociencias, en el manejo de un vocabulario abstruso, para dar la impresión de que el que lo usa está investido de una autoridad esotérica e indiscutible. Pero te aseguro que no hay más ciencia en la pedagogía moderna
que en la astrología, y al igual que en la astrología o la ufología no hay en esa engañifa más que falacias, experimentos trucados, subjetividad teñida de supuesta sapiencia y abracadabras. Tú sí eres el dueño de una ciencia concreta, la que tú enseñes, y del sentido común acumulado por muchas generaciones a la hora de educar. Para ser un buen profesor no necesitas más que esas dos cosas.

No consientas que te paralicen. Cuando te ocurra algún incidente sé activo y no te quedes callado, no te hagas el muerto a la espera de que pase el peligro porque con esa actitud lo estás volviendo a provocar. Están los
compañeros, para empezar: seguro que más de uno ha tenido los mismos problemas que tú con los mismos alumnos. Habla con ellos, pero no para
desfogarte en la sala de profesores sino para tomar juntos la decisión de hacer algo, y verás hasta qué punto la firmeza serena y constante de un grupo puede más que la obstinación de un solo profesor. Reúnete con los compañeros, tomad decisiones concretas y planteadlas en el claustro, formad grupos de apoyo -no de lamentación- y actuad.

Después están los sindicatos. No te rías, no. Yo estoy en uno, y tú deberías
estar afiliado a uno si no lo estás, y pagar tu cuota para que puedas exigirle a tu sindicato que te defienda si ha llegado ese momento. Plántate en el sindicato y recuérdales a tus compañerosliberados que no están allí
sólo para asuntos de nóminas, traslados y sexenios. Si les hablas de dignidad profesional, orgullo y derechos del profesor tal vez te entiendan mejor de lo que habías pensado.

También están las leyes. Deja de reírte ya y escúchame, por Dios. Ya sé que un garantismo estúpido ha convertido al alumno en el pobre menor indefenso al que hay que proteger del profesor a toda costa, pero en esas leyes
también tú tienes derechos, aunque haya que buscarlos con lupa. Que el abogado del sindicato se ponga al microscopio, que algo encontrará. Y tú no te olvides de dar parte por escrito de cualquier falta de respeto, insulto o agresión, así de todo eso habrá quedado constancia cuando lo necesites.
También está la opinión pública. Hasta ahora lo normal era que desde el propio centro se hiciera lo posible para ocultar estas cosas, como en las familias decentes cuando el señorito tenía un desliz con la criada. Pero tú
no te dejes impresionar por argumentos decimonónicos: el buen nombre de un centro no puede basarse en el disimulo. ¿No te piden a todas horas que seas moderno? Pues sé moderno y denuncia en público, si tu caso ha sido lo
bastante grave haz que los medios de comunicación se interesen, y tal vez
así consigamos llegar algún día a la segunda fase, esa que sucede a la noticia, la de la reflexión y el análisis.

Sea como sea, no te calles: con tu silencio te perjudicas, me perjudicas a mí y perjudicas a todos tus compañeros.

Y por último, recuerda que en todo esto los menos culpables son los alumnos.
Los han dejado solos, abandonados a su impulsividad adolescente sin que nadie se tome la molestia de educarlos, condenados muchos de ellos a vegetar en un sistema educativo que considera injusto y desigual enseñarles un
oficio y por eso los han encerrado en las aulas contigo para que les expliques materias que no entienden ni les interesan. Y a ti, que querías
ser profesor, te han encargado que los tengas guardados para que no molesten en la calle ni en su casa.

Tú puedes rebelarte con conocimiento de causa, sabes el porqué y el cómo, ellos no. Así que tuya es la responsabilidad de acabar con esto. Como profesor no consientas ninguna falta de respeto. No esperes al insulto, no tienes por qué tener tanta paciencia: las malas contestaciones están fuera de lugar desde el primer día.

Miguel Ibáñez

Encontrado aqui.

2 Comments

  1. Fui espreitar o blogue onde encontraste o texto. Nos comentários lá feitos parece que ninguém achou importante o princípio da dignidade individual de cada professor/pessoa e muito menos a solidariedade e o não calar o que acontece a cada um. Não me parece nada utópico, pelo contrário, são princípios fáceis de aplicar: só se pede coerência!
    Talvez valesse a pena postar o texto traduzido; provavelmente mais gente o leria. Que achas?

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